“Lo que explica mi vida es mi manera de ser y no la edad. Eso nos hace plantearnos la edad desde un paradigma más complejo pero a la vez más enriquecedor”
<p class="rtejustify"> Mayte Sancho, Directora Científica de la Fundación Matia instituto Gerontológico y Cristina Segura, Directora del Departamento de Personas Mayores de la Fundación Bancaria La Caixa inauguraron el curso “Cuidar como nos gustaría ser cuidados”, organizado por los Cursos de Verano de la UPV/EHU.</p>
Mayte Sancho en su intervención dijo que el curso hablaría la responsabilidad social de la ciudadanía de los cuidados de las personas. También resaltó que se darían a conocer y compartir otras miradas de carácter ético, emocional y algunos aspectos que impactan en cuidado cómo es la soledad.
Cristina Segura resaltó que la obra social La Caixa es la primera fundación a nivel de España en recursos que destina a proyectos sociales, culturales y de ciencias. Actualmente destina más de 500 millones de euros y esto la convierte en la tercera a nivel mundial. Dijo que el tema de la edad no lo podemos explicar en el siglo XXI igual que antes por varios motivos. Primero, porque el número de personas mayores está aumentando considerablemente; porque cada vez vivimos más; y porque cada vez somos más diversos y la edad cada vez es menos explicativa en nuestro proyecto vital. Es decir, es mucho más importante saber qué somos, qué es lo que nos gusta y cuál es nuestra trayectoria vital, que nuestra edad. Dijo que “lo que me explica es la manera de ser y no la edad. Eso nos hace plantearnos la edad desde un paradigma más complejo pero a la vez más enriquecedor”.
El curso transcurrió con la ponencia “Ética y cuidados. Dilemas” de Francesc Torralba Roselló, Catedrático de la Universidad Ramón Lluc.
Definió el término dilema cómo “esa situación en la que uno se encuentra en una encrucijada y no se sabe qué camino tomar. Hay encrucijadas en las que uno simplemente tiene que pararse a pensar el camino que va a seguir. Las encrucijadas más terribles son las que por un lado tienen unas consecuencias irreversibles y además excluyentes. Nos generan un estado de ánimo que denominamos angustia, desazón, por lo tanto necesitamos una comunidad humana para deliberar. Es clave un órgano interdisciplinario que pueda abordar un tema de esta naturaleza con la suficiente serenidad y multiplicidad de perspectivas disciplinares”. Afortunadamente hay dilemas que son incluyentes, donde se puede hacer más de una cosa. Es necesario priorizar primero
Habló del “árbol de decisiones” como herramienta para solucionar dilemas. Se trata de imaginar qué se puede hacer, o qué sería lo mejor para esta persona teniendo en cuenta su enfermedad y recursos económicos. “Hay que deliberar, -dijo haciendo referencia a Aristóteles, quien percibía esta acción como un arte- se trata de identificar la mejor rama por la que trepar. No hay garantía de error cero aunque reduces el campo de error. Cuando excluyes al otro y tomas una decisión unilateral es más difícil equivocarse” dijo Francesc Torralba.
A continuación se centró en cuatro focos dilemáticos que siempre se repiten pero con distintos actores, familias, recursos y escenarios.
En primer dilema en el que se centró fue en el de los derechos relacionados con el discernimiento de la autonomía de la persona cuidada. Una de las exigencias básicas del buen cuidado es no tratar a la persona como un objeto de cuidados, sino como un derecho de cuidados. La persona cuidada es interlocutora y hay que cuidarle según cómo él o ella desea ser cuidado/a. Reproduce la regla de oro “trata al otro como desearías ser tratado tú”. La aplicación de esta regla formal genera una serie de dilemas como la competencia en la toma de decisiones. Hay casos en los que dada la vulnerabilidad cognitiva de la persona se ve claramente la responsabilidad de la persona cuidadora. Hay otros casos donde la persona es capaz de prevenir y tomar decisiones que afectan a su vida y su patrimonio, por lo que la persona cuidadora no tiene que intervenir en sus decisiones.
Sin embargo, en algunos casos no es tan evidente y es donde se genera el debate. Por un lado, surge la voluntad de respetar esta competencia para no sucumbir al paternalismo, que consiste en tratar a la persona como si fuera un niño, esto le vacía de su potencial para decidir. También puede sucumbir al autonomismo, otro error del que hay menos literatura. Consiste en concederle a la persona una capacidad que no tiene. Además puede generar unas consecuencias catastróficas y uno puede experimentar una culpa por dejadez.
En estas situaciones, donde el umbral de decisión de la persona es confuso, es fundamental interrogarse por una serie de puntos para aclarar si esas competencias existen o no para la persona teniendo en cuenta las consecuencias de la decisión, ya que no todas las decisiones son igual de importantes. Hay que comprobar la veracidad de la información que la persona recibe; verificar la comprensión del asunto sobre la que la persona está decidiendo; analizar las conexiones externas, ya que a veces se trata de una autonomía secuestrada y las decisiones de la persona están colonizadas por la familia. Por último hay veces que estas coacciones son internas, es decir, están arraigadas a la propia psique de la persona. Por ejemplo, una persona que tiene que decidir si ir a una residencia y tiene muy mal recuerdo de una que vio hace más de 40 años. Esto le causa una imagen mental petrificada que le impide ver esta opción en su árbol de decisiones.
A continuación habló del dilema que se genera teniendo en cuenta la justicia, una de las virtudes cardinales. Dijo que en ocasiones las cargas sobre la responsabilidad de los cuidados están desigualmente repartidas en el polo femenino. “hay que dar a cada uno lo que le corresponde, dar lo mismo a lo que son iguales.” Aunque el problema está en que nadie es igual, por lo que hay que dar a cada uno lo que necesita. Se plantea el debate de a quién le corresponde qué en la distribución de las cargas y por qué. No solo se mueve en el plano intrafamiliar, sino también en el del sistema de salud. Este problema genera agravios comparativos como el rencor y envidias.
Después habló del dilema del derecho a la intimidad. “Todos tenemos derecho a la intimidad, incluso aquellos que no sean conscientes de los límites entre lo íntimo y lo público de su ser. El debate rodea la transmisión de la información del sujeto que cuidamos. Debemos saber qué es lo que debemos comunicar al resto de instituciones y qué debemos callar por respeto a la persona que cuidamos. Este debate existe sobre todo en personas con enfermedades mentales fuertemente estigmatizables socialmente que pueden tener consecuencias laborales o económicas. Por lo tanto, si la relación fuera bilateral, enfermo y médico, podría ser más sencillo pero en la realidad hay muchas personas interdisciplinares que interfieren en mejorar la vida de esa persona. Hay que saber exactamente qué guardamos en la intimidad.
Por último, habló del dilema de la veracidad, “tratar al otro como sujeto es tratar con la verdad” dijo Francesc Torralba. A pesar de que la mentira piadosa esté totalmente desautorizada en la ética, muchas veces se practica por compasión y finalizó diciendo que muchas veces es totalmente comprensible en casos de Alzheimer donde a la persona después de sufrir un duelo olvida la muerte de esa persona, por ejemplo.