No existe una evidencia entre ser víctima y victimario
Es importante decirlo porque lo hemos visto en expresiones de víctimas, concretamente víctimas de delitos sexuales, que muestran una preocupación por convertirse en agresores. No existe ese determinismo. Parece que el porcentaje de probabilidad es mayor, pero para nada es determinista. Depende de muchísimos factores. De hecho, un porcentaje alto de víctimas no solo son resilientes, sino que experimentan, con un alto apoyo familiar, social e institucional, un crecimiento postraumático. Es importante decirlo, remarcaba Gemma Varona profesora del Instituto Vasco de Criminología (IVAC) en el curso sobre “Violencia de género en menores y adolescentes: aportaciones a un futuro con igualdad de de género.”
Sí remarcaba una evidencia. Siempre que ha habido una victimización o experiencias adversas en la infancia y la juventud, eso deja una huella. Es lo que denominamos la victimología de desarrollo. Ver qué impacto tienen esas experiencias en el desarrollo en la vida de la víctima. “Es importante saberlo precisamente para poder minimizar las posibles consecuencias.” Que eso conlleve el convertirse en victimario, es muy arriesgado decirlo. Lo que está claro es que tiene un impacto que puede influir en el desarrollo de la persona.
Por otra parte, otra evidencia es que “las personas que han sido víctimas tienen más probabilidad de volver a ser víctimas”. Tanto en el ámbito de la violencia de género, donde los jóvenes se consideran víctimas según las últimas reformas legislativas, y en general en con las victimizaciones sufridas en la infancia, hay evidencias de esa mayor probabilidad. Es una certeza según los últimos estudios. Hay varias posibles explicaciones. No hay una clara certeza, pero sí varias explicaciones. La victimización en la infancia y adolescencia se da en un momento en el que la personalidad de la víctima no está totalmente configurada y, por lo tanto, el impacto emocional es mayor. Cuando sufrimos un hecho grave, particularmente por parte de personas cercanas, por personas que nos tienen que querer y sin embargo nos hacen daño, nos queda una huella. Según estudios neurocientíficos y epigenéticos, influye incluso en las conexiones neuronales y en cómo reaccionamos. Una persona que no ha sufrido ese trauma reacciona de una manera distinta a un niño que ha sido víctima. Es una materia actualmente en estudio, pero parece que la víctima se pone a pensar en por qué sucede lo que sucede e incluso se culpabiliza. No es culpable de nada, pero inconscientemente se culpabiliza. Un trauma de este tipo produce un impacto que genera una desconfianza en uno mismo y también en los demás. “Si alguien que me quiere es capaz de hacerme esto a mi o a mi madre, ¡qué es lo que no van a ser capaces de hacer el resto de las personas!” Eso se convierte en una desconfianza hacia el futuro, hacia la esperanza de futuro.