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¿Que podemos hacer?

El cambio climático es uno de los problemas más complejos que tenemos en la actualidad. Esto implica la toma de decisiones en diferentes dimensiones, a nivel económico, social y político, planteando también interrogantes éticos y morales. El problema es global, pero lo que estamos sintiendo en las escalas locales, que perdurará también durante décadas y siglos (NASA, 2020).

En general, tenemos dos tipos de estrategias para poder hacer frente al cambio climático: mitigación y adaptación. La mitigación consiste en la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero atmosférico (por ejemplo, la combustión de combustibles fósiles para la obtención de energía lumínica o para el transporte o el calentamiento) y en la estabilización de la concentración de dichos gases, así como en el aumento de los yacimientos que los acumulan y almacenan (tales como el océano, el bosque y el suelo). La adaptación consiste en adaptar la vida al clima que está cambiando, ajustarla al cambio climático futuro que ya o se espera, tan toro. El objetivo es adaptar nuestra vulnerabilidad a los efectos adversos (por ejemplo, aumento del nivel del mar, eventos climáticos extremos más intensos o inseguridad alimentaria) y aprovechar al máximo las oportunidades beneficiosas que pueden surgir con el cambio climático (por ejemplo, conseguir periodos de crecimiento más largos o mayores producciones en algunas regiones) (NASA, 2020).

Los océanos no tienen fronteras y están separados de forma desigual por todo el planeta. Esto nos exige cooperar entre regiones y naciones si queremos tener éxito a la hora de preservar y proteger los hábitats y comunidades biológicas marinas que tenemos al alcance de todos. De ahí la importancia de la Agenda 2030 y de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y sus 169 destinos, fruto del acuerdo alcanzado por los Estados miembros de las Naciones Unidas. El OIH 14 subraya la necesidad de conservar y utilizar de forma sostenible los océanos, los mares y los recursos marinos del planeta. Los destinos se centran en problemas como la protección de los ecosistemas marinos y costeros, la minimización de la acidificación y el aumento de la inversión en conocimiento científico marino y tecnología (Lövin, s.g.).

Para mitigar el impacto del cambio climático en nuestros océanos es imprescindible mantener el calentamiento de la Tierra por debajo de los 2ºC y alcanzar un máximo de 1,5ºC, según lo establecido en el Acuerdo de París (IPCC, 2018). La reducción inmediata y drástica de las emisiones de dióxido de carbono dará tiempo a reforzar la resiliencia de océanos, ecosistemas y especies, es decir, su capacidad de adaptación a los efectos negativos del cambio climático y a los inevitables factores de agitación que influyen en nuestros océanos.

Asimismo, deben adoptarse medidas drásticas para reforzar la protección de la biodiversidad y de los ecosistemas. Además, los efectos del cambio climático también deben ser tenidos en cuenta en las evaluaciones de las especies amenazadas y en el asesoramiento sobre las medidas a adoptar (Lövin, d.g.).

En este sentido, se pueden poner en marcha planes de mitigación y adaptación. Urban KLIMA 2050, por ejemplo, es un proyecto que se está llevando a cabo a nivel de Euskadi y que está financiado por la Unión Europea a través del programa LIFE. Los principales retos son diseñar acciones para reducir las emisiones de GEI al 40% para 2030, reducir las emisiones de estos gases al 50% para 2050 e incrementar el consumo de energías renovables al 40% para asegurar la resiliencia del territorio vasco (Urbanklima2050.eu, d.g.).
Los gobiernos y las instituciones deben tener en cuenta los diferentes sectores de la economía para llevar a cabo estos planes y acciones de mitigación.

Se identifican tres líneas de trabajo para conseguir sistemas de energía que agilicen el cambio climático: 1) Descarbonización del sector energético; 2) Reducción de la demanda energética final; 3) Cambio climático a combustibles bajos en carbono, incluida la electricidad, en sectores consumidores de energía final. Y, cómo no, para conseguirlas es muy importante impulsar las energías renovables y aportar mejoras en su caudal y distribución (Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, 2015).

En el sector del transporte es muy importante aumentar el aprovechamiento del combustible de los vehículos, o recurrir a la hibridación o a los biocombustibles. También es importante fomentar el transporte público y el transporte no motorizado. Por otro lado, en el sector de la construcción, se debe conseguir que la eficiencia de las infraestructuras sea la máxima posible (arquitectura sostenible, entre otras). Se recomienda la introducción de nuevas tecnologías en el sector industrial, la recuperación de calor y energía, así como el aumento de la reutilización y reciclaje del material. Evidentemente, habrá que llevar un control de las emisiones de CO2. Por otro lado, en la agricultura será muy importante hacer una buena gestión del suelo, ya que esto ayudará a que la tierra tenga un mayor potencial como con el carbono crudo. También será necesario realizar cambios en los fertilizantes si son nitrogenados, mejorando las técnicas para reducir las emisiones de N2O. En el caso de la ganadería, la gestión del ganado y el estiércol será muy importante para reducir las emisiones de metano. Por último, el compostaje de residuos orgánicos y el reciclaje y minimización de otros residuos en el sector de residuos, así como la recuperación de residuos de metano en vertederos y/o la recuperación de energía en el proceso en caso de incineración de residuos (IPCC, 2007).

Evidentemente, estos sectores también deberán adaptarse al cambio climático y el principio fundamental para ambas estrategias es la eficacia. En general, deberíamos aprovechar fuentes de energía limpias y renovables, reducir el uso de combustibles fósiles, ordenar el uso de suelos, aprovechar residuos y redefinir nuestras ciudades, entre otras.

Sin embargo, las soluciones no van a venir sólo de los diferentes sectores económicos, sino que se considera fundamental cambiar el comportamiento de la sociedad, modificando nuestros hábitos y modos de hacer. Esta situación requiere de un comportamiento sostenible y una visión más ecológica de nuestro día a día, consciente de nuestros impactos, para poder preservar y mantener nuestro mundo. Las propias actitudes políticas y personales que se adoptan son determinantes para llevar a cabo una política climática y acciones para afrontar los retos. Por eso podemos hacer pequeños cambios en el hogar y en el día a día, que si estos comportamientos se extienden por toda la sociedad, pueden suponer un cambio muy importante para reducir las emisiones de CO2. Entre estas acciones se encuentran las siguientes: gestionar bien la basura, reciclar y reutilizar la basura porque son muy importantes; avanzar hacia las energías verdes y hacer un consumo responsable de la misma; utilizar el transporte público al máximo y conducir con eficiencia si tenemos que coger el coche; comprar con responsabilidad y de forma sostenible o hacer un turismo responsable; utilizar el agua caliente y la climatización en alternancia, elegir electrodomésticos A etiquetados y utilizar el papel y cartón en la medida de lo posible, y tener en cuenta las marcas futuras.

Podemos hacer estos y más, unos nos resultarán muy sencillos, otros más difíciles. Unos producirán mayor impacto y otros menos, pero todos importantes. En cualquier caso, el futuro depende de cómo actuemos nosotros en el presente.